El reflejo…

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«A través del rostro se lee la humanidad del hombre y se impone con toda certeza la diferencia que distingue a uno de otro. Al mismo tiempo, los movimientos que lo atraviesan, los rasgos que lo dibujan, los sentimientos que emanan de él, recuerdan que el lazo social es la matriz sobre la cual cada sujeto, según su propia historia, forja la singularidad de sus rasgos y expresiones. Todo rostro entrecruza lo íntimo y lo público. Todos los hombres se asemejan pero ninguno es parecido a otro.» (Fragmento*)

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A todos nos debe suceder: cada día, al primer ser humano que vemos cara a cara, es a nosotros mismos.
Ni bien nos levantamos nos enfrentamos deliberadamente -para alentar o insultar toda nuestra sensibilidad-, con el espejo del baño. Estamos condicionados a esta sencilla realidad: nadie escapa a su reflejo, el cual cuenta con una fidelidad y objetividad tales, que podríamos traducir tranquilamente en absoluta y pura crueldad.

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Dentro de nuestras maratónicas horas de acicalamiento, el espejo es el testigo que convive no solo con nuestras intenciones de cambio de peinado, maquillaje o el descubrimiento de algún barrito, sino que es quien nos devuelve el sello de nuestro estado de ánimo, ese que debería ser preservado o en muchos casos, disimulado.
¿Quién no intentó cubrir ojeras de noches desveladas, u ocultar ojos con la hinchazón propia de alguna pena regada a puro llanto contra la almohada?… Y ni hablar de las noches de placer y jolgorio, esas que saben dejar sus huellas inconfundibles, hasta para el más distraído de los mortales.

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Nuestro rostro guarda registro de estados de ánimo, sensaciones, molestias, alegrías, rasgos y detalles que de forma inequívoca los genes se encargaron de estampar; todo esto acompañado por lo que el paso del tiempo también se empeñó en esculpir.

Nuestro rostro nos identifica, nos condena, nos deschava sin permiso con rubores inconscientes.
Dicen los que observan, estudian e investigan el comportamiento humano, que nuestros gestos corporales pueden incriminar o salvarnos a la hora de expresar, ya que descubren mucho más que infinitas horas de palabrería.

Nuestro rostro nos habla sin que digamos una sola palabra, nos grita…  nos reclama.
Y el espejo, cada día al levantarnos, algo de esto nos comenta…

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¿Qué dijo hoy tu cara,
la del espejo, por la mañana?…

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Un rostro flexible

«El Muecas» o el «Cara e’goma», le deben decir en el barrio…

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Fragmento*, extraído de esta NOTA

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