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De nada sirvió que le dijera que mi corazón le pertenecería eternamente. Inútiles resultaron todas las frases en las que mi amor se desgranaba, letra por letra, para recordarle mis caricias y cada uno de los abrazos infinitos e incondicionales.
Su mirada reprochaba, teñida de celos. Sus ojos destilaban enojo cargados de un rencor nuevo. Su voz no podía disimular esos celos que lo cubrían todo…
Poco pude hacer para demostrar que cada uno de mis actos lo contenían, pues -ya lo sabemos-, los celos no dejan espacio para el razonamiento. Más
Dicen que dijeron…