Las inolvidables vacaciones de la familia Gutiérrez…

FICCIÓN

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El señor Gutiérrez había tomado la decisión: salir de vacaciones.

El trayecto hacia el lugar elegido,  no sería  gran cosa.  Los niños -como era habitual-,  ensuciaron el auto con toneladas de migas de cuanta galletita pudieron embuchar;  mientras la madre leyó en voz alta la columna de sociales del diario local.
Un verdadero encanto.

Esta familia era una como tantas: dos niños con la inquietud digna de la edad y digna de tanta paliza que el padre hubiera querido dar, coartado siempre, por el ojo censurador de su esposa.

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La señora Gutiérrez era el exponente de la mujer coqueta, autoritaria y altiva, que gustaba de vestir bien, si por esto se entiende el comprar ropa costosa con cierta frecuencia.
Su casa era su reino y de nadie más. La sala de estar era un lugar sagrado. Una de sus metas irrenunciables: mantener todo limpio siempre.
Conclusión: nadie podía circular con tranquilidad por la casa.
El Mausoleo, solía decir el señor Gutiérrez al referirse a su hogar…

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Los niños asistían a la escuela dando ejemplo de orden y limpieza.
No jugaban con otros niños, para no ensuciarse. En definitiva: la higiene era una obsesión para esta mujer. Además, gustaba de andar a los gritos. Renegándole a los hijos con las típicas frases: ¡¡no corras que te vas a caer!!… ¡¡¡no juegues ahí que te vas a ensuciar!!
Y como si esto fuera poco, también  le entraba con los reproches al señor Gutiérrez. Desde que éste se levantaba -a las 6:30 de la mañana-, y hasta que se iban a dormir.

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Así transcurrían los felices días de esta familia, para cuando el hombre de la casa tomó la iniciativa de salir de vacaciones.

El lugar elegido no era conocido y según se sabía,  escaso en concurrencia y con  fama de inseguro. De todos modos,  el señor Gutiérrez -impulsado por una rara alegría-, acomodó todo el equipaje en el auto.

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Cuando arribaron al lugar de descanso, nadie los recibió.
El señor Gutiérrez no quería perder tiempo. Se notaba en su cara y en los gestos, una extraña ansiedad.
La esposa -lejana como siempre a todo-, entró al pequeño hall de recepción.
Los niños a puro grito, le imploraron  a su madre permiso para un chapuzón en la enorme piscina algo descuidada; y fue el padre quien por primera vez,  les permitió la concurrencia sin que su mujer pudiera dar opinión al respecto.

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El rostro del señor  Gutiérrez iba ganando continuamente nuevas expresiones. Luego de registrarse y aún sin acomodar los bolsos, el esposo invitó a beber algo refrescante a su esposa… y esto si, ya era demasiado sorprendente.
Él -galantemente- acomodó la silla de ella, para luego raudo, buscar los tragos.  Al verlo tan feliz la mujer pensó que las vacaciones producían en él, esa cara de bobalicón.

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El señor Gutiérrez al regresar con dos grandes copas  aseguró que no existían en el mundo  licuados de frutas frescas  tan sabrosos como aquellos. Ella -entre cansada y sorprendida-  le recordó aquella cuestión  de su alergia al durazno y al ananá…
–¡¡Pero claro querida!!!… ¿cómo voy a olvidarlo?-,  contestó con una nueva sonrisa pintada en la cara…

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Aquella mañana, los compañeros de trabajo  del señor Gutiérrez, estuvieron todos…  hasta el jefe, ese personaje  con el que tan mal se llevaba.
En definitiva, no faltó nadie a aquel doliente funeral. Sabiéndolo tan sensible y golpeado por lo sucedido, no se habló demasiado al respecto del  desafortunado acontecimiento…
El sacerdote cumplió con sus postreras palabras como un autómata y minutos más tarde, todo había terminado.

Las palmadas en la espalda se sucedían entre consuelos y penas varias.
-¿Cómo hará para continuar con su vida un hombre que ha perdido a  su familia?-, dijeron varios con cara de circunstancia.

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El auto negro lo dejó en su portal, tras el funeral.
Entró en su casa lentamente, como escuchando el silencio, observando la quietud… percibiendo la calma del hogar deshabitado.
Sonriente, caminó por la sala, esa sala que apenas había podido disfrutar tiempo atrás…
Allí sintió como todo había valido la pena por recuperar las razones para seguir sonriendo…

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Post publicado el 1º de febrero de 2007

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