Cartas de amor…

Cyrana

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Mariel era la más bella: así lo habían decretado la mayoría de los varones del grado.
Con tan solo diez años, destacaba por su rostro, sus ojos color miel y su sonrisa complaciente.
Ella supo pedirme -en un recreo- un extraño favor; en realidad así lo consideré, puesto que no formaba parte de su selecto grupo de amigas. Dicho favor consistía en que le escribiera algunas cartas de amor en su nombre, para un chico del grado.
Según ella -cuando le pregunté porque no lo hacía con su puño y letra- adujo que, debido al enamoramiento que padecía, se veía imposibilitada de hacerlo por propia inspiración…
Tras varios elogios poco sinceros y por no soportar su voz chillona insistiendo en el asunto: accedí al pedido.
Las instrucciones eran concretas: las cartas deberían mostrar un inmenso interés por Pablo.

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Él era el más callado e inteligente. Tenía los ojos azules más bellos que había visto jamás y además no demostraba interés alguno por Mariel…
Al iniciar la tarea requerida, comprendí que Pablo… ¡¡también me gustaba!! Pero había códigos que respetar: el «canté primero» por parte de Mariel, exigía que mi secreto fuera llevado a la tumba junto conmigo. Yo, simplemente, debía cumplir con mis cartas de amor a pedido.
Casi, una mercenaria del amor.

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Logré hacer gran cantidad de mensajes, los que luego eran traducidos a la grafía de Mariel, para finalmente, terminar en las manos de Pablo.
Él nunca respondió; solo en una oportunidad y como al pasar le dijo: -¡¡que bien escribís!!
El inconveniente estaba en que Mariel, buscaba algo más que elogios literarios.
Así fue como, en una fiesta de cumpleaños ajena, entre ansiedades y arrebatos, Mariel pudo robarle un beso a la fuerza.
Al finalizar ese año, ella cambió de escuela y Pablo se mudó a otra ciudad.

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Transcurridos más de quince años desde aquellas historias infantiles, una amiga me invitó a un asado, en casa de unos conocidos.

Entre vinos, asado y risas,  alguien se acercó a saludar sonriendo:
– ¿No te acordás de mí?- Dijo el personaje de inmensos ojos azules, quien amistoso agregó:
-Soy Pablo M., ¿te acordás?… de la primaria… 5º grado.
Sonreí al tiempo que palidecía.  Una a una, las cartas de amor que le había escrito en esos trocitos de papel donde habían ido también trocitos de mi corazón rubricados por Mariel… desfilaron por mi mente.

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Conversamos sobre las distancias, el tiempo transcurrido, las nuevas ocupaciones y de la vida… Todo mientras la botella de tinto que nos asistía, iba vaciándose.
Cuando ya la noche estaba llegando a su fin y mi resistencia etílica también, me miró muy fijamente y dijo:
-¡¡¡Qué bien escribías en la escuela!!!
Me negué a entender el comentario y con vergüenza infantil, lo observé enmudecida. Rápido y con los ojos llenitos de nostalgia, comentó:
-… ¡¡¡Lo que hiciste por Mariel!!… Siempre supe que eras la que escribía esas cartas, te conocía… ¿No te habías dado cuenta que eras vos la que me gustaba?

Atónita lo miré, mientras me ponía el abrigo para retirarme.
Mi cabeza giraba como un trompo, entonces allí, en ese mismo momento y lugar, pude decirle como despidiéndome:
– Aquellas palabras que escribí, todas… siempre, fueron solo mías… para vos!!!

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Des’ree – Life

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Texto publicado el 6 de octubre de 2007

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