Adrenalina…

Tengo gran respeto por las personas que ponen a prueba sus reflejos; gente intrépida en porcentajes siderales que arriesgan alma, corazón y vida en actividades, que en lo personal, no haría ni en sueños.
Humanos entrenados (o no tanto), que salen a trepar por laderas de montañas; o que se arrojan alegremente desde enormes alturas con sogas que les sujetan la anatomía. Tanto como los que conducen autos a grandes velocidades en competiciones intrincadas y, así la lista de los que gustan de las emociones fuertes se ampliaría. Ya lo dije, no pertenezco a ese grupo de seres vivos. No recurro a exponer el cuerpo de manera directa al vacío para ver que tan fuerte es esa sensación.
En cambio, me atrae convocar a la adrenalina de la siguiente manera: en algunas oportunidades en las que sin mover muchos músculos, puedo sentir en mi interior como la oleada me hace HABLAR. No en discurso ante multitudes, ni en funciones teatrales, o en un diálogo esclarecedor de pareja; no señores ¡¡hacerlo en verdaderas situaciones de riesgo!!
Paso a contar. En una oportunidad, en un conflicto laboral algo complicado y, en donde nadie abría la boca, me paré delante de varios compañeros de trabajo (en su mayoría hombres), y le dije directamente al director a viva voz:
– Escuchemé señor, ¡¡por qué mejor no termina de pelotudear y empezamos a trabajar!!, ¿le parece?…

Y ustedes, ¿cómo se manejan con la adrenalina?

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