Solo para exigentes…

Al principio no podía verlos, simplemente escuchaba sus comentarios. La conversación giraba en torno de apreciaciones y consideraciones acerca de:
LA BELLEZA FEMENINA.
Estratégicamente cambié mi ubicación y pude verlos en todo su esplendor. Mientras miraban por los ventanales, uno de ellos se rascaba su prominente abdomen. El otro, con un tic nervioso acomodaba continuamente sus gafas. Su diálogo era el perfecto exponente de la decadencia masculina en su máxima expresión. Devenidos en jueces, bajaban el pulgar según sus exquisitos criterios de belleza.
Por aquella vereda pasaron infinidad de mujeres: jóvenes, mayores, altas, bajas, obesas, delgadas, tristonas, distraídas, realmente de todo.
… que la rubia tiene los tobillos gruesos; aquella otra tiene poca cintura; la de más allá tiene un feo corte de pelo; la de más acá no sabe caminar; la que bajó del auto no tiene buen trasero, la que va fumando no tiene buenas piernas…
Ninguna, absolutamente ninguna cumplía con los parámetros de belleza establecidos por estos dos. Sintiéndome una «Llanera solitaria» en busca de justicia para las féminas desvalidas, hice un plan…
Cumplido mi trámite, salí de la institución bancaria por otra puerta, lejana a la posición de estos energúmenos. Con una hoja y un fibrón (llevo cosas insospechadas en mi bolso), hice el cartel. Llegué hasta el vidrio donde aún seguían apostados en su ardua tarea y allí, delante de sus caras, puse mi bello letrero que decía:

… y ustedes son ¡¡ONANISTAS Y FEOS!!

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