Cuestión de olfato…

Verano del 2006. Había salido un rato al balcón. El viento venía del sur, fresco y limpio. En ese momento pude oler algo que no era habitual.
Suelo reconocer los olores del barrio. El viento me acerca las fragancias y sin mucha dificultad consigo determinar su origen. Pero en esa oportunidad había un olor que no había rondado jamás la zona. Convencida, se lo comenté a mi hija:
– Hay olor a muerto…
– Seguro má, debe ser de un perro cerca de la vía- respondió con naturalidad.
Instantánea y poniendo mi cara de no te olvides que miro series de forenses, agregué: -este no es de perro, es de humano…
Con el peor tono de espanto que encontró, mi primogénita vociferó cosas que me enviaban de manera directa al neuropsiquiátrico más cercano. No podía yo suponer algo así en mi sano juicio. ¡¡Cómo se me podía ocurrir un pensamiento tal!! De que herramientas me valía yo para tamaña afirmación… La escuché por un rato y no dije nada más.

Al día siguiente, ella muy alterada llegando de la calle, me comenta: – ¿Viste má lo que pasó?- sin entender mucho, le respondí que no.
– …vinieron los de la Policía Científica y están en la vía… ¡¡encontraron un cadáver!!
Guardé silencio, me hice la superada y agregué:
– Y… ¿que dije ayer, ehhh?…

Tengo muy buen olfato y además, no me gusta decir «¡¡te lo dije!!!»…

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Nota: se informó posteriormente en los medios de comunicación que los restos encontrados pertenecían a un vagabundo que solía deambular por las vías del tren.

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