Al trabajo ¡con alegría!…

«¿Por qué no te callas?»

El tiempo apremiaba: era tarde. Las opciones para llegar a horario, pocas. Corrí unos metros y le hice seña. Luego de subir al vehículo, miré el reloj mientras saludaba: mi apuro era notorio. Allí empezó la tortura.
Su reloj comandaba mi mañana con malvado antojo. Acto seguido, otro calvario: su charla. En ese mismo instante utilizé mi arma para mantener «distancia»:
¡¡el mp3 va conmigo a todas partes!! Símbolo claro y evidente de un rotundo: ¡¡¡no te escucho, lero lerooo!!! Debería llevar un cartel en mi frente que anuncie: cuando voy apurada al trabajo, ¡¡NO HABLO!!
Mi rostro es expresivo, evidente, se siente, se huele, se palpa con imaginación dormida. Hasta los ciegos podrían describir la expresión de parquitud absoluta que suelo tener. ¿Mis señas particulares en estas circunstancias?: rostro de mármol. ¿Qué más se necesita para mantener silencio?, ¡¡¿QUÉ MÁS?!!

Ahora escúcheme usted (?): No soy terapeuta ni psiquiatra. No soy su mujer ni sus hijos. No soy sus amigos ni su vecino. No soy su jefe ni sus compañeros de trabajo. No soy su mecánico ni el service de su heladera. No soy la presidente ni el intendente. No soy ministro de economía. No soy su amante ni su simpatía. No soy la señora que escucha. No soy su mascota ni su conciencia.
¿Sabe quien soy?: UNA PASAJERA casual… ¿entendió?

Amigo taxista, ¡¡haga terapia!! y sin aumentar la tarifa. GRACIAS.

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Creed – «My Sacrifice»

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