Hay cosas que no tienen precio…

… y para todas las demás, se necesita menos guita.

La posibilidad que tanto había soñado, había llegado. Tras un par de trámites y mails, ya estaba allí; venir desde tan lejos por un trabajo, lo emocionaba.
Arribó para la entrevista en la editorial y una vez anunciado al jefe de redacción,  esperó junto a los ventanales; fué desde allí que la vió. La necesidad de magia para su vida, el cansancio o locura, le hicieron pensar que sería ella. Estaba sentada en el café de enfrente. Cabello largo, negro, con manos  inquietas. Hipnotizado con sus gestos, con su boca no quería perderse ningún detalle.  Se juró que al terminar la entrevista cruzaría para estar con ella, si aún seguía alli.
Él era puro olfato, las personas así saben lo que será para ellos en el incierto camino del destino. Durante la espera le comunicaron que el Sr. Lardizábal estaba muy ocupado; y si no era molestia debería presentarse al día siguiente. Decepcionado se retiró, pero «ella» aún estaba en el café. Hacia allí fué, sentándose a poca distancia. 
Moviéndose con tranquilidad, la mujer se marchó: ¡¡¡que tristeza!!!; era la evaporación del amor, lo más terrible del mundo. Fantaseando futuro, pensó: -mañana cuando vuelva para la reunión, ella estará en este café!!…
Al día siguiente, puntual, prolijo y descansado se presentó en las oficinas. Fué recibido por el jefe de redacción; la propuesta era interesante y bien remunerada; conclusión: había sido aceptado para el trabajo. Se despidió con un apretón de manos y salió del lugar. Mantuvo la calma hasta llegar a la calle, su alegría era inmensa pero al ver a la morocha, la dicha fue completa. Estaba sola, la encararía, sin su «barra» de amigos acompañándolo la seguridad podía decaer, pero se la jugaría. Entró y fué directamente a su mesa, la adrenalina le saltaba por los poros. Frente a ella recibió su sonrisa amplia y perfecta, y le preguntó si podía sentarse allí. Eufórica lo aceptó. «-Me llamo Vannessa -«, le dijo con un tono de voz algo grave. – Ha de ser porque fuma-, pensó desorientado; ya se estaba soñando sentado junto al mar abrazado a aquella mujer tan especial, tan bella y tan…
Tan absorto en esas imágenes estaba que se sobresaltó al ser interrumpido por su interlocutora:
«- Mirá, es así, media hora cien pesos y la hora ciento setenta; vos elegís: tu casa o en hotel… Eso sí, completaaaa!!!-»
No supo si por olfato, por sentido común o por la vasta experiencia con mujeres, pero su ilusión estaba tomando otro rumbo. Prestó atención a aquella «nuez de Adán» que asomaba sobre la chalina…
El aterrizaje forzoso lo había despertado. «Ese» ángel se había transformado en un terrible demonio al que despidió amistosamente; agradeciendo la ausencia de amigos en las cercanías.
Al menos al día siguiente se iniciaría su trabajo en la nueva ciudad, con salitre en el aire, con vientos fríos, con tanto por recorrer…
Y con travestis que cobran tan caro…

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