…exactamente el último.
Las luces de los patrulleros resaltaban en la oscuridad de la calle. La sirena de la ambulancia entonaba el alboroto del barrio. Cuatro policías entraron corriendo, mientras los mirones se preguntaban sobre lo ocurrido. Nadie sabía nada.
Era un misterio la presencia de los uniformados, la realidad que los convocaba había sucedido tras cuatro paredes.
Ella lloraba sentada frente a su puerta, eran lágrimas secas y transparentes. Luego de unos minutos entró con su silencio y temor acostumbrados. Se movía entre los presentes sin que nadie reparara en su presencia.
Observó el instante exacto en el que esposaban al hombre que tanto había amado.
Se dirigió hacia la habitación de su hija. No estaba allí, escuchó el comentario de un vecino en el que indicaba que la niña se hallaba en un lugar tranquilo y seguro con personas responsables.
Con inmensa tristeza recorría su casa entre personas que desconocía. Esas que nunca había visto pero sabían de su diario sufrir y padecer.
Su hija y el miedo habían sido las razones para continuar al lado de aquel hombre.
No toleró un instante más y decidió irse. Al cruzar la puerta, entre médicos y policias pudo observar con sorpresa y estupor como cubrían cuidadosamente su propio cadáver lleno de moretones…
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Dicen que dijeron…