Aún…

Yo quería tantas cosas. Conservar y disfrutar mi inocencia. Viajar sin trasladarme mucho, para no estar lejos de los que amaba. Soñar todo el tiempo. Explicarle a mi mamá porque iba a enamorarme de un músico o un escritor, ya lo había decidido a los 4 años.

Tenía claro porque me simpatizaban más Silvestre, el Pato Lucas, Bugs Bunny… que la Cenicienta. Decretar que la «Paso de los toros» no era tan fea.
Los insectos eran un pasatiempo interesantísimo.
Mirar a mi gata parir: magia pura. Tirarme sobre el césped, bajo una tormenta de verano: maravilloso. Observar los atardeceres, simplemente, tomándome de algún rayo de sol y dejarme llevar. El viento entre las hojas de los eucaliptus en otoño: una pequeña sinfonía. Juntar granizo: el helado preferido. Empezar con el saxo: estar dentro del sonido. El canto: una celebración casi religiosa. Actuar, pero no para vivir: pocas veces para sobrevivir en esta sociedad.
Los primeros amores, bueno, mis amigas insistian más en ello. Yo prefería leer, componer. Colgarme y disfrutar de esas maravillas…ahora las llaman «las que no tienen precio» esas… las tuve y más.

No vuelvo a los recuerdos frecuentemente, ellos se empeñan en recordame. Sigo bajo el mismo cielo de entonces. No podría ser distinto. Suelo ver a esa personita, metiéndose hoy en mi vida. Me observa, sorprendida o enojada, la consuelo. La respeto y la amo profundamente, porque aquella, esa que tuvo tanto y fue tan feliz, solo quería… tener candor…

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