Me lo debía y se lo debía, si. Recordarla y nombrarla: Mar del Plata.
Aquí, hace mucho ya, nací. Debía ser aquí y en ningún otro lugar…No fué por los pagos de Entre Ríos, esos de sabor a mate muy dulce y aroma a naranjos. Tampoco por Catamarca, entre montañas y rocas; nueces y tinajas…Fué aquí, cerca del mar, con salitre en las venas y con viento en el alma.
A veces me imagino sin mi temor a los aviones, soñando con el príncipe azul que me lleva a tierras lejanas y también conocidas.
Pero sigo aquí, con los pies sobre la tierra, sin reniegos. Cruzando veredas, corriendo relojes, rumiando enojos… la recorro y la amo.
A veces, la extraño cuando duermo. Ella es, tan parecida a aquellos otros lugares, que hace siglos siento haber pisado. Esos que tanto se repiten en la mente, sin saberlos existentes. Tierras que recuerdo, en otros idiomas, cuando disfruto de sus tardes frías. Paisajes de campiñas doradas….esos …esos otros de hace tanto…
Pero a esta, la de ahora…esta ciudad que me enoja y me fascina, le debía un regalo, este. Recordarla y amarla; odiarla y renegarla; parirle hijos y temerle; dar el alma en todo lo que aquí puedo hacer y soñarla. Pues, es un verdadero amor y como tal, produce lo que solo ellos producen…amor y odio.
Dicen que dijeron…